¿Alguna vez les ha pasado que... quieren ayudar a alguien, pero simplemente no pueden? Esa impotencia increíble y el nudo en la garganta por las lágrimas de ira y dolor... ¿Les ha pasado?
Si es así, quizás se sientan identificados conmigo en este momento.
Hay personas en este mundo que, con una fuerza increíble, logran introducirse en nuestros corazones dejando su marca, una realmente difícil de borrar. Es decir, de entre millones de seres habitando este planeta, ellos son quienes viven el día a día con nosotros. ¡Sorprendente! Podrían ser otras personas, pero no, ¡son ellos!
Y todo comienza de una manera común, una mirada, una sonrisa, un "hola", un estrechón de manos, un "¡ten cuidado por donde caminas!", un "disculpa ¿podrías ayudarme?", o hasta un "¿me podrías dar la hora, por favor?" Entonces, un sentimiento de simpatía se apodera de nosotros e inevitablemente la conversación se alarga..., sin ningún pretexto más que conocer a ese individuo y no estar solos porque ningún ser humano, aunque lo niegue, quiere estar solo.
Y lo que sigue, ya es cuestión del tiempo y las vivencias compartidas. Sin que nos demos cuenta, hemos encontrado un amigo, un hermano, una pareja. Una persona en particular que nos llega a conocer más que nosotros mismos, que sabe de tu pasado como si hubiera estado en él, que te apoya, te llama la atención, te aconseja, con la que te sientes en confianza de contar un secreto. Y tan sólo una mirada basta para saber si estás feliz, o triste. Si te incomoda su acción o si te emociona.
Para mí resulta grandioso e inexplicable, aunque para los creyentes de la reencarnación, el sentimiento de simpatía entre dos seres que recién se conocen se debe a la conexión entre sus almas a causa de vidas anteriores. Interesante ¿no?
El punto es que, nos hacemos inseparables de esas personas. Conocemos de su vida, de su dolor, lloramos sus pérdidas, sonreímos sus logros, vivimos alegrías, peleas, unión, depresión, y momentos inolvidables que vamos guardando en el álbum de recuerdos que nuestra mente conserva en algún recóndito lugar. Nuestro corazón se llena de paz...
Pero no todo es felicidad, como lo decía, y lo sé. En ocasiones llegamos a un punto en el que sucede algo que lastima a ambos seres, y los hace partícipes de una discusión sin límites. Ni las propias palabras pueden ayudarnos a solucionar este conflicto. ¡Es.. complicado de explicar! Cuando algo molesta a esa persona acerca de nosotros y, la distancia y las circunstancias son factores que nos impiden arreglar el problema, es difícil no sentirse impotente.
De la noche a la mañana las cosas cambian, y nos preguntamos: ¿qué sucedió? ¿Qué cambió? Y más que nada ¿por qué? Sin embargo, no encontramos respuestas porque lo único que solemos escuchar de esa persona es "tú sabrás tus errores". Pero estudiamos nuestro comportamiento, y no encontramos algo que -según nosotros- pueda lastimar a ese ser especial. ¿Entonces?
Insistimos, cegados por el dolor de saber que podemos perder a esa persona, y lo único que logramos es distanciarnos más, si es que no lo arreglamos.
"No quiero saber nada más de ti".
Las palabras más dolorosas que he podido escuchar. Y ahí parece terminar todo. El mundo se nos viene abajo, aunque sea por un mísero segundo. Las imágenes de los momentos más bonitos llegan como un flashback lastimándonos más. La palabra "perdón" suena vacía de tanto que la hemos utilizado. El "no lo volveré a hacer" se siente como una promesa más sin validez alguna. Y el "todo estará mejor" suena a consuelo barato.
Admiro a quienes pueden arreglar conflictos, a quienes pueden comprender a los demás. Y me compadezco de quienes "no han vivido lo suficiente" como para entender al resto.
Ellos sí se han de sentir impotentes. Vivir una vida alegre, sin perjuicios y que su amigo la esté pasando mal después de tantos años de dolor, que la gota que colma el vaso de su sufrimiento sea la decepción que causa en él o ella. El no saber cómo ayudarlo porque sabe que no todo estará bien, sabe que esa persona no le creerá que después de tanto dolor vendrá la felicidad, porque simplemente no le ha llegado nunca. Y que el ingenuo que no ha vivido nada esté a su lado para apoyarlo, no es suficiente como para mantenerse vivo y continuar respirando...
Impotencia, dolor e ira es lo que ha de sentir ¿no? Ser el único que conoce de su padecimiento y no poder ayudarlo, porque no ha tenido experiencias como para comprender al agonizante, al que la vida ha maltratado...
Entonces ¿qué puede hacer?
Escribí este párrafo confundida. Mis ideas se deshacen en un mar de lamentos y desesperación. No sé si concuerdan las frases, si la ortografía es correcta, si entendieron lo que quiero expresar. Pensé que después de escribir, me quitaría un peso de encima. No ha sido así. Ahora estoy más confundida y quiero responder la pregunta que yo misma me hice:
¿Qué puedo hacer?
Intento adentrarme en aquella piel y sentir el ardor de la decepción, del odio y la ira. Pero no puedo. ¿Y lo más doloroso? Estar sentada aquí, mirando a través de la ventana, esperando un milagro, porque sola no puede hacer las cosas...
Esperanzada, Esperanza.