13 may 2014

Confianza..., constancia.

A menudo aparecen personas en mi vida con el afán de sorprenderme. Tal vez no sea la única que piense en ello; a la final resulta interesante analizarlos a cada uno.
Estas personas que de la nada se integran a mi vida tienen la capacidad de dejar enseñanzas o de reafirmar algunas de ellas, como la más común (y por lo tanto, la que debería tener más en cuenta): no confiar en los demás.
Sucede que cuando entablas un lazo con estas personas, surge la impresión de que es irrompible y por lo tanto será respetado. Sin embargo, a todos se nos suelen escapar los secretitos "bien" guardados.
Y aunque eso es una cosa que le puede pasar a cualquiera (creo que hasta mi madre ha de haber contado una de mis anécdotas incontables), hablar de los demás y en especial de con quien haz creado un lazo no es correcto.
Se puede decir que dar una opinión es muy distinto. Pero si nos referimos a opinar de alguien, el contexto varía según la perspectiva: una cosa es decirlo a quienes no corresponde, a espaldas de quien se habla y otra cosa diferente es decírselo a la persona que corresponda. Entonces ahí realmente se está dando una opinión y se demuestra la sinceridad de cada ser.
La verdad es que pensar en que no hay en quien pueda confiar en lo absoluto me marea. Me siento vacía porque mi idea se vuelve irónica y me juzga a mí misma; si yo no confío ¿deben ellos confiar en mí?
Hace poco rescataron de mí el hecho de que ya no hablo tanto como antes, y no me afecta pues me siento más cómoda escuchando. Aunque sí es cierto que cuando hablo, ya no son cosas tan inteligentes como las que desearía escuchar de mí.
Sin embargo, lo que sí me afectan son mis pensamientos. Ya no se escriben solos como antes. Ahora se juzgan a sí mismos como si el prejuicio tuviera el derecho de autoeliminarlos.
Este señor prejuicio ha creado toda una tiranía en mi interior.
Como ser pensante que no desea ser pensado, el mismo pensamiento hace que desconfíe de mi propia capacidad emocional. Y es por eso que ahora callo.
Ya no pienso tanto..., creo.
Pienso demasiado. Pero pienso tanto que ya no sé realmente qué es lo que estoy pensando.
Y callo.
Me he convertido en una cajita de secretos. Tengo el candado y manejo la llave a mi manera. Sólo se abre cuando alguien necesita ser escuchado y se cierra cuando las palabras han terminado de brotar de sus interiores.
Entonces no pueden confiar en mí, porque sólo escucho y callo y, aunque no digo a nadie más lo que guardo, voy almacenando mucho.
¿Entiendes?
Pero me gusta así. Si he de pensar de nuevo, que sea en una solución al problema más grande que hasta ahora no he podido resolver: en qué confiar.
Sorprendente, hasta ahora no ha figurado mi corazón en este texto.
Esperanza.

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