Sinceramente..., pensaba iniciar este post hablando de la hipocresía ya que es un tema que me tiene realmente intranquila y tenía que desahogarlo. Pero ahora siento otra necesidad por expresar, algo que en verdad me martiriza día a día, algo que es realmente difícil de construir o quién sabe, tal vez para personas como yo es bastante fácil. Sí, hablo de la confianza, eso que muchos comparan con un borrador, pues, con cada error se va reduciendo.
Se podría decir que soy una persona a la que pueden convencer fácilmente, siempre y cuando los sentimientos del otro lleguen a mi corazón de niña, lo cual sucede la mayoría de las veces. Y pues, es tan sencillo para mí confiar en las demás personas, que sólo es necesaria una sonrisa o un "para eso estamos los amigos"... o debo admitir que hasta una mirada o un gesto que me brinde basta para que esa persona se haya ganado mi confianza entera. No tengo ningún problema con contarle a alguien algo y escuchar sus consejos. El punto es que, a pesar de que me llegasen a fallar, yo seguiría confiando. Me gustan mucho las segundas, terceras y hasta las millonésimas oportunidades. Darlas, especialmente, ya que de cada error vamos aprendiendo y siempre podemos seguir intentando para ser mejores. Y es que tampoco me siento herida cuando, según mi perspectiva, me fallan o decepcionan... o no mucho, pero no es suficiente como para que llegue a guardarle rencor a alguien, o siquiera: odiarlo. Me gusta mucho pensar en que si trato a las personas de una manera, es porque me complacería que me tratasen así. Y en ello incluyo a la confianza.
Pero cada individuo es diferente. Y cada quién tiene su forma de pensar, única y especial: no todos brindan su confianza en bandeja de oro a la primera persona que les sonríe.
La verdad es que a penas tengo dieciséis años, tengo la apariencia física de una niña de doce o trece y una mente que puede llegar a ser madura, como la de alguien que tiene mucha experiencia, pero sólo cuando estoy sola, cuando puedo conversar conmigo misma por las madrugadas, porque en compañía de los demás sólo soy una niña curiosa, sonriente pero muy ingenua. Y sucede que gracias a mi ingenuidad suelo equivocarme (con frecuencia, podría decir) y termino dándome cuenta de lo que he hecho cuando las palabras ya han marcado, cuando los hechos son imborrables y cuando las acciones se quedan grabadas como una película que nunca deja de reproducirse en la mente de los demás. Tal vez exagero y me encantaría que fuera así. Pero si ese no es el caso, con cada fallo que cometo voy poniendo en peligro la confianza que los demás pueden haber depositado en mí.
Es difícil, lo sé. Es... una presión asfixiante cuando, no muchas, sino las personas más cercanas a ti, esas que aprecias mucho y cuidas porque así te nace del corazón, esperan lo mejor de ti. Y bueno, supongo que lo complicado es cuando tus sentimientos, tus pensamientos y muchas cosas de ti están en medio de ambos, contrariando los ideales de los demás. ¿Hacer lo que te gustaría hacer, o complacerlos? No sé si el término 'complacer' esté bien empleado, pero mis palabras en este blog no tienen medida, realmente.
Como decía... Nosotros, los seres humanos, somos dueños de nuestras decisiones, somos los responsables de lo que hacemos, así que es derecho y hasta obligación seguir nuestros ideales; obviamente estoy de acuerdo con eso, pero suelo contradecirme por razones que yo creo lógicas.
Me gusta la cordialidad que me ofrecen las personas, el apoyo y el trato agradable del que soy partícipe, y sucede que, como mencionaba arriba, confío en ellos y les llego a guardar afecto tras una conversación. Por eso mismo es que la idea de perder la empatía que sienten por mí y la confianza que inspiro en ellos hace que busque mucho respuestas y acciones que no vayan a afectar el lazo construido. No es que tenga una máscara tras la que me oculte, sino que ya es algo en mí que, inconscientemente, sale a flote cada vez que conozco a alguien. No quisiera decir que es mi miedo a la soledad, ni tampoco el dolor que ya he experimentado tras decepcionar los que me hacen actuar de esa manera, soy yo y punto.
Pero ese es un grave error. Por agradar, por no decepcionar, por hacer feliz a los demás, no me doy cuenta de que lo estoy haciendo realmente mal. Creo que... he estado equivocada al pensar que mis errores son a causa de mi personalidad contraria a la de ellos. La principal falla es: no ser yo misma. No expresar mi opinión aunque no estén de acuerdo con ella. De ahí nace el grado de respeto que las personas me tengan, porque una persona que impone su opinión con humildad y sinceridad, aunque esté en lo incorrecto, es alguien que es digno de respetar por el mismo hecho de que defiende su pensamiento. Pero ¿alguien que afirma o sigue lo que sus cercanos le dicen, sin realmente sentir que es lo que desea, por temor a ser aislado? No creo que se le deba tachar de inmaduro, sin carácter o manipulable, aunque lo sea, o siquiera, aprovecharse de ello. Para mí, lo correcto, es hacerle comprender el error que está cometiendo y guiarlo por el camino correcto, pues es una persona ciega -porque no ve más allá de su miedo-, sorda -porque no escucha a su propia voz interna gritarle lo que debería decir o hacer- y muda -está más que claro que para sus propios pensamientos tiene un candado en la boca que le impide hablar por cuenta propia-. O, en vez de eso, es alguien que no tiene el valor suficiente para enfrentar sus temores y demostrar al mundo lo que es capaz de ser.
-Cuántas personas en este planeta callarán por miedos, ¡cuántos pensamientos que podrían marcar la historia del humano, sólo por la preocupación de no ser aceptados!-.
Entonces... La solución es guiarles, ¿no?
Sí... Eso es. Y no, según yo, esta vez no me he ido por las ramas, porque por el miedo a perder la confianza en los demás, he llegado a convertirme en una persona que calla. Pero es que es realmente triste cuando ese humano que te alegra, te aconseja o que se ha convertido en alguien de tu día a día deja de creer en ti. Recuperar la confianza de alguien es difícil pero vale la pena. Mas dejar de hacerte caso a ti mismo por no desilusionar mentes es, de verdad, una desilusión -valga la redundancia. Creo que de vez en cuando -no soy partidaria, en esta ocasión del siempre- hay que pensar en uno mismo, ¿cierto?
Empezaré a seguir mi consejo... Lo necesito.
Y bueno, como humana, por hoy he terminado. La noche recién empieza y tengo muchas cosas que contarle al cielo nocturno. (Y mucha tarea por hacer, también). Hasta aquí llego, queridos.
Decidida a ser mejor, Esperanza.