AUTOCONOCIMIENTO
Y SU TRANSFORMACIÓN EN EL APRENDIZAJE DEL SER HUMANO.
«El misterio final es uno
mismo» es una frase que conocemos de Oscar Wilde y que encaja perfectamente
para el término «autonocimiento», y es que ¿quién no se ha preguntado qué tanto
se conoce a uno mismo? Hay tantas cosas que creemos saber de los demás y del
mundo, pero que no se revelan ante nosotros porque están ligadas con el
aprendizaje de nuestro ser como individuo.
Abordar un tema tan complejo
como el autonocimiento —porque sí, lo considero complejo—, es necesario conocer
qué significa y cuáles son los límites que tiene o hasta dónde nos puede llevar
su aplicación en nuestra vida cotidiana. A pesar de que la RAE no lo considera
como un término aún, existe un enunciado de dominio público y que se acomoda a
las exigencias de esta palabra compuesta que lo define como «el resultado de un
proceso reflexivo mediante el cual la persona adquiere noción de sí mismo; de
sus cualidades y características». Entonces, si el autoconocimiento es un
resultado, Wilde acertó al manifestar que es el misterio final. ¿Pero lo
conseguimos?
Autoconocerse comprende más
allá de lo que nuestros ojos ven y lo que nuestra mente recuerda. Como humanos,
somos seres complejos que, al tener la facultad de pensar y expresarlo mediante
palabras, estamos expuestos a constantes cambios en nuestro comportamiento y
actitud, y debemos esto también a la interacción social que desarrollamos desde
que estamos en el vientre materno. Entonces, esta complejidad hace que el
conocimiento de nosotros mismos sea algo que, como cualquier ciencia, hay que
dedicarle atención y estudio diario. Cada día se presentan situaciones nuevas y
personas nuevas ante las cuales debemos reaccionar como respuesta a la
supervivencia y a la convivencia (dos factores que luchan frecuentemente. en
nuestro interior). Por lo que autoconocerse es una tarea que debemos cumplir.
Para explicar esto mejor, es necesario conocer la Ventana de Johari, una
propuesta de los psicólogos Joseph Luft y Harry Ingham, la cual está anexada en
el presente documento.
La Ventana de Johari expone
cuatro situaciones de las cuales solo dos hacen referencia al autoconocimiento:
lo que yo sé de mí y los demás no (área oculta) y lo que tanto yo como los
demás conocemos de mí (área libre). Las dos restantes —lo que yo desconozco y
los demás sí (área ciega) y lo que tanto yo como los demás desconocemos (área
desconocida)—, no se acomodan a la circunstancia del autoconocimiento, pero sí
se establecen como parte de una persona, puesto que son áreas que
posteriormente se resolverán a lo largo del desarrollo humano.
Las dos áreas antes
mencionadas son el resultado de este proceso de reflexión. Pero llevarlas a
cabo tiene un costoso y largo transcurso. Desde que somos pequeños hasta que
llegamos a la edad adulta, vamos amoldando nuestros pasos al tipo de suelo que
pisamos y nuestra mente se va forjando de enseñanzas y experiencias que la
hacen «madurar». La forma en que recepto el regaño de mis superiores (ya sean
familiares o profesores) no es la misma que cuando por primera vez cometí un
error «digno de ser corregido», y la respuesta que doy ante un periodo de
estrés no será el mismo que cuando labore y tenga más responsabilidades pesando
en mi espalda. ¿Por qué? Porque he aprendido a manejarlas de maneras distintas
(sin escatimar si son mejores o peores) y de esta manera me he ido moldeando
como ser humano. Todo esto abarca el autoconocimiento: saber cómo reaccionaré
ante determinadas situaciones, cómo soy cuando estoy solo, cómo soy cuando
estoy acompañado, el porqué de mis respuestas, la razón de mis acciones, el
pasado que me sigue y el futuro al que temo. Sin embargo, somos más que eso
pero conocemos menos que eso, también.
Somos seres en constante
evolución, lo que implica desechar ciertas cosas de nosotros y reemplazarlas
por otras. Parte de la naturaleza del ser humano es competir, y la mayor
competencia que tenemos somos nosotros mismo. Dentro de esta competencia, está
el objetivo de cambiar, de ser distintos y de acoplarnos a la meta que nos
trazamos en determinado momento, por lo que necesitamos avanzar e innovar, con
nosotros mismos y con nuestro entorno. En eso se basa el desarrollo humano, y
su aprendizaje es fundamental para contribuir con este.
¿Pero en qué ayuda el
autoconocimiento al aprendizaje del ser humano?
Para conocer el océano, hay
que estudiar sus elementos; para conocer el universo, hay que estudiar las
estrellas; para saber el funcionamiento del ser humano, hay que estudiar sus
órganos; para conocer al ser humano, hay que estudiar a cada individuo. Pero
esto no es tarea de una sociedad, ni de una organización, ¡ni de científicos o
profesores!, es tarea de uno mismo, porque somos tan infinitos como el universo
y tan complejos como el mar que intentar abarcar con todos sería intentar
abrazar todo el oxígeno del planeta sin que ninguna partícula quede fuera.
¿Contribuye conocerse a sí
mismo para aprender de los demás?
Sí, porque parte del
autoconocimiento es la reflexión del ser y sus características, y ya que nos
asemejamos tanto en físico, nuestras mentes no están lejos de esta aproximación.
Mejor dicho, es como tomar en una botella agua del mar e intentar conocer las
propiedades de este en general con esta pequeña porción. ¿Que no será como el
agua que está a un kilómetro de distancia? Es cierto, pero tampoco está tan
lejos de parecerse.
Tal vez el mayor error de la
humanidad es querer aprender del exterior sin haber conocido su interior, y
aunque lo aplica en otros ámbitos como la tecnología y la medicina, aún no se
lo ha propuesto como humanidad, que es tan o más importante que el próximo
invento que facilitará nuestro diario vivir.
Conocerse totalmente ha de
ser el éxtasis de la vida, o el final del misterio como dice Wilde, aunque para
mí, este misterio nunca tendrá fin. Las otras dos partes de la ventana de
Johari forman parte de este largo recorrido por el que intentamos caminar y que
deseamos terminar con satisfacción, pero que día a día se va alargando más y
más, sin final. Sin embargo, el objetivo de vivir es tener noción de lo que
somos y hacia dónde nos dirigimos, de forma que no sólo sabremos de nosotros
sino del humano como un todo, como humanidad.
Autora: María Esperanza Álava Zambrano.
(Trabajo de Desarrollo del Pensamiento, UTM)