Entonces entendí.
Comprendí que no te debía nada y que mi dolor era eso, mío y de nadie más. Entonces ¿por qué?
¿Por qué te lo mostré?
¿Por qué desnudé mi alma ante ti si lo único que te interesaba era desnudarme la piel?
Pero pasó y yo aprendí que no era de mí de quien debía huir. No era de mí de quien debía estar decepcionada porque..., después de todo, fue una lección y las lecciones son para superar.
No te digo que te libero porque siempre fuiste libre, hiciste lo que quisiste y me dejaste ser.
La que se obstaculizó y encadenó fui yo, pero lo que haya hecho después para arreglarlo no es de tu incumbencia. Es más, nada de lo que te escribo lo es; después de todo, son quejas y vos ni por pena te interesas.
Esto no es un nosotros. Nunca lo fue.
Los besos fueron de dos, con sabor a ti. Los silencios fueron sólo míos, intentando acoplarnos a la nada. Pero gracias. Disfruté las caricias y la euforia pasajera.
Si me pides una metáfora, el tren ya va a partir, así que me despido. No me llevo nada tuyo y, si me es posible, dejaré el recuerdo en el primer paisaje que vea.
Si algún día recuerdo su ubicación, vendrá tu nombre a mi mente. Y si no pues, adiós..., mi olvidable amorío pasajero.
Libre por siempre, la esperanza.
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