Incluso de mis ausencias eres dueño.
No es necesario tener tu nombre tatuado en mis pensamientos para saber que cada suspiro mío susurra el deseo de tenerte aquí a mi lado.
Pero tengo miedo de que me quieras y que pase lo que pasa después de que dos almas se prometen amor.
Tengo miedo de que dure los segundos que dura el primer beso y entonces, después de la primera luna de miel, todo se torne en triste monotonía.
Por eso prefiero que estés así: sin mirarme; sin quererme; sin pensarme.
Creo que más temo perderme a mí misma y con ello, perderte a ti.
Pero para eso hay cura, dicen, y esa es la de nunca tenerte pero siempre quererte.
Te quiero como se quieren los minutos que no esperamos que pasen.
Es decir, te anhelo y le hago honor al propósito del deseo; el de aferrarme siempre a tu ausencia.
Si me preguntas cómo le hago para vivir así, comprende mi silencio: yo también espero respuestas.
Y si no preguntas, comprenderé. No puedo exigirle nada a alguien que olvidó mi existencia o que tal vez nunca la reconoció.
Esperanza.
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