Mi mente tan traicionera las hace hermosas, mi corazón las conoce bellas.
Pero es mi mente: ¡es mi mente pidiendo dignidad al corazón,
porque el muy necio ni sabiendo que hace el tonto cierra las puertas al amor!
Nunca he de culpar al maltrecho corazón, en cambio he de admirarlo:
Ha caído demasiadas veces y en ninguna se ha rendido.
Ha batallado heroicamente y ha vencido, aunque al final ha quedado herido.
Pero la mente es orgullosa y odia ver triste al corazón.
Ya no sé si es que éste le ha dotado de amor por el prójimo
o si son los destellos de la locura venidera provocada por la razón.
Son como papá y mamá, siempre uno al frente y luego un paso atrás.
Es como si bailaran un tango o tal vez un vals.
Pero bailan dramáticamente al son de los llantos y una canción.
Y yo como el niño que todo lo ve, que todo lo siente, que todo lo absorbe.
Observo, pienso y callo.
Sólo cierro los ojos al aturdimiento y me encuentro el caos en mi interior.
Afuera todos luchan por ser felices, ahogándose en las máscaras de su mentira.
Adentro me están matando los pensamientos.
Y qué decir de los sentimientos, hacen mella en mi paraíso. Son mi perdición.
El corazón me ofrece color, tormentas, poesía y momentos de desesperación, sí...
Pero la mente sólo quiere serenidad, claridad y fuerza de voluntad.
Y yo olvidé cómo dejarme llevar...
La mujer es hermosa. Yo soy mujer...
Pero la mente quiere engañar al corazón, hacerlo sentir inseguro de su naturaleza.
Y entonces aquí estoy yo, a la intemperie. Aislada por mi propia razón.
No sé qué es peor, decir que dejé ganar a la mente o que dejé perder al corazón.
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